7 de diciembre de 2016 (IER)
Por Jesús Antonio Del Río Portilla
En estos textos me he referido a que la forma en que hemos usado los hidrocarburos como una fuente de energía, traslada su costo a las generaciones futuras y empobrece a una gran porción de la población actual.
Considero importante dar ejemplos para sustentar las afirmaciones anteriores.
Pensemos lo útil que ha sido el desarrollo del proceso Harber-Bosch para transformar el nitrógeno del aire en amoniaco para poder fabricar fertilizantes. Este proceso desarrollado a principios del siglo XX permitió fertilizar los suelos y con ello aumentar la producción de alimentos. Este vanagloriado desarrollo, ahora, después de algunas décadas mostró que su uso indiscriminado produjo cuantiosos daños en muchos ecosistemas, al cambiar la composición química de los suelos y de las aguas en los ríos que finalmente cambian el entorno marino. Efectivamente este proceso que permitió dar alimentos más baratos y en mayor cantidad, ahora presenta daños que tendrán que remediar nuestra y las futuras generaciones. Sin mencionar que los peces que ven disminuidas sus probabilidad de sobrevivir, al tener sobre ellos algas que aprovechan el exceso de nitrógeno en algunas regiones de los océanos bloqueando el sol y con ellos el desarrollo de la vida marina. Así la solución a la problemática de la alimentación cuando solamente se observa una de las dimensiones de la sustentabilidad, la económica en este caso, puede atentar contra otra de las dimensiones, digamos la natural y la social. Pero muchos de ustedes dirán que cómo se podría anticipar el resultado de la eutrofización de los océanos por el uso de fertilizantes químicos en la zonas agrícolas. Hoy en día se están buscando alternativas para la fertilización y la producción de alimentos que no causen daño. Lo que parecía una forma barata de producir alimentos ahora genera costos no contemplados.
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