02 de mayo de 2016 (IER)
Por Manuel Martínez Fernández
El 26 de abril de 1986, en Chernóbil, Ucrania, entonces parte de la Unión Soviética, el conjunto de reactores nucleares que generaba electricidad fue forzado a realizar pruebas de seguridad que fallaron y causaron se fundiera su centro, explotara y emitiera nubes de material radioactivo a la atmósfera. Esta nube alcanzó a cubrir la mayor parte de Europa y afectó permanentemente a Ucrania, Bielorrusia y Rusia. Se sabe que esta catástrofe se debió a protocolos de seguridad equivocados, a tecnología nuclear errónea y a un régimen político que no permite la libertad del individuo y de la sociedad. Ha sido el peor desastre nucleoeléctrico mundial con gravísimas consecuencias.
Este desastre causó que treinta y un trabajadores de la planta y bomberos murieran en los días siguientes al accidente, debido a la fuerte radiación. En las últimas décadas y según distintas fuentes, se estima que entre 60 mil y 100 mil personas han muerto por enfermedades relacionas con dicha radiación; dejando además a 150 mil con distintos grados de minusvalía. En los cuatro años siguientes, casi 600 mil civiles y militares de la ex Unión Soviética fueron reclutados para labores relacionadas con sofocar el incendio nuclear, limpiar la amplia zona de exclusión adyacente y construir la mole de concreto sobre el reactor destruido. Hasta ahora, no pueden regresar a sus hogares más de 300 mil personas y, al mismo tiempo, cerca de 5 millones de ucranios, bielorrusos y rusos viven en lugares con altos niveles de radiación.